La Unión Europea logró cristalizar lo que siempre fue un rompecabezas de naciones y culturas en constante cambio. Es imposible negarlo. Hoy, europeos ciudadanos de países miembros pueden viajar libremente, productos se comercializan con menores trabas, las ideas se comparten más rápida y democráticamente. La historia de las fronteras y los idiomas de Europa demuestra que el camino a una Unión Europea fue convulsionado. Y su el presente y futuro tampoco se ve fácil.

Pasaron ya dos años del famoso referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea. Su resultado activó el famoso Brexit y cientos de idas y vueltas sobre el qué, el cómo y el cuándo. También hubo que afrontar problemas económicos en Portugal y Grecia, tensiones militares entre Rusia y la OTAN y crisis humanitarias en Medio Oriente y su consecuente flujo de migrantes. Y quién sabe qué seguirá.

Administrar, comerciar o viajar por un territorio tan variado geográfica y culturalmente no es nada fácil. Al mismo tiempo, sería imposible que un país miembro imponga su cultura en otro. Pero para empezar, podríamos aunque sea expandir nuestro conocimiento básico de los idiomas principales hablados en los otros 23 países de la Unión Europea. Al menos con “hola”, “si”, “no”, “por favor” y “gracias”:

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